Sunday, April 22, 2007

Monday, February 12, 2007

huellas

La imagen es la de un crepúsculo en la playa. Él, un muchacho joven, de dieciséis, o tal vez de menos, caminando hacia el oeste. Las olas golpeteaban la orilla desde lejos, con la marea baja, como si expresaran el ritmo de la respiración del mar.
De pronto, él vio a lo lejos una extraña silueta humana en arduo movimiento. Apuró el paso, imprimiendo su huella en la arena. A medida que se acercaba, vio que la silueta era femenina. Y desde más cerca aún, advirtió que la mujer era madura: tal vez ya sabría todo lo que a él tanto le asustaba aprender. Sin embargo, esa misma inseguridad solía volverlo algo arrogante, como impostando la falsa condición de “estar de vuelta”, de saberlo todo...
A medida que avanzaba distinguió que los frenéticos movimientos de la mujer consistían en arrojar estrellas de mar de regreso a las aguas: la marea baja había dejado un sinnúmero de ellas varadas en la arena, imponiéndoles el fatal destino de morir fuera de su elemento vital. Ella las recogía una por una y, como con urgencia, iba devolviéndolas al mar.
Él sintió como un sabor extraño dentro de sí, entre el sarcasmo y el desconcierto. Se paró a pocos metros de ella, y, sin saludarla siquiera, le inquirió:
- ¿Qué es lo que hace?
Ella, sin detenerse ni un instante, le respondió lo obvio:
- Las devuelvo al mar para que vivan.
Entonces él dejó salir en el tono de su voz ese sarcasmo inmaduro, paralelo a su desconcierto:
- Pero... son cientos... miles...!! Lo que usted hace no tiene sentido!
La mujer apenas lo miró de soslayo, sin perder ni un segundo. Tomó una estrella de mar y se la mostró, con su palma abierta, diciéndole:
- Para ésta... para ésta SÍ tiene sentido.
Y, prosiguiendo su solitaria tarea, la arrojó con premura al mar.

Monday, January 01, 2007

Un Cuento de Comienzo

UN VERDADERO AÑO NUEVO
Las copas estaban listas y la sidra a punto de ser descorchada. Los chicos aún corrían por el parque, como si la medianoche los encontrara todavía con la energía intacta. La tía Clara y el abuelo Yoyo, en cambio, habían claudicado en la espera del nuevo año: ambos estaban dormidos, sentados en la mesa, uno apoyado en el otro, a pesar del bullicio en el que estaban envueltos. Era raro verles los rostros así, envejecidos: Luis los miraba con extrañeza, superponiendo a esas facciones aquéllas que ellos tenían en su infancia (allí estaban las mismas bocas, los mismos ojos, las mismas cejas, pero enmarcadas en una piel gastada que desdibujaba los antiguos rasgos). “Hacia allí vamos todos”, -se dijo Luis para sus adentros-.
En el caso de Luis, su festejo era doble: cumpliría sus treinta años el 2 de enero. Fecha difícil para celebrar cumpleaños, cuando todos están aún con los resabios de las Fiestas...
Su madre había encendido la radio para escuchar el top de las doce (no fuera que brindaran por el Año Nuevo cuando el viejo aún desgranaba sus últimos minutos...). Su primo Osvaldo, en cambio, confiaba más en su reloj digital de última generación, que ostentaba cada cinco minutos, como si él fuera el jefe del Tiempo, aquél que le diría al Año Viejo “Ya podés irte”... A Luis Osvaldo no le caía bien: presumido, fanfarrón, siempre tenso como un arco para largar como flecha alguna palabra agresiva... No obstante, en cierto lugar de sí Luis lo disculpaba: Osvaldo había quedado huérfano desde tan chico... aquél accidente había partido a la familia en dos. Particularmente todos extrañaban a la tía Aurora, su madre: pura vida, pura pasión, pura poesía. Quizás la pérdida había creado en Osvaldo esa cáscara fría, rígida, antipática... quizás. Los humanos nos volvemos como tortugas ante el dolor, instalando caparazones para defender nuestras heridas...
Todos esperaban que ese ritual colectivo de tirar viejas agendas, cambiar el almanaque y desear Felicidades rectificara las decepciones que el año viejo había dejado. ¿Alcanzará con expresarles a todos deseos de Felicidad, con levantar la copa y pensarlo fuerte, fuerte...? Sin embargo, el Destino parece no ser muy atento con lo que uno considera que la vida debería ser...
A diferencia de todos, Luis no pensaba en el futuro. Al menos no en un futuro a largo plazo: su atención estaba puesta en los próximos quince minutos. Tenía todo planeado: una vez terminado el brindis, se escabulliría hacia el fondo, detrás de la pérgola con azaleas. Nadie notaría su ausencia. Hacía exactamente treinta años que esperaba este momento: esos breves quince minutos (ni uno más, ni uno menos).
Nadie conocía el secreto: el abuelo Francisco se lo había legado. Antes de irse hacia el otro lado de la Vida, le había dicho a Luis, susurrándole al oído: “Quiero que te acuerdes de esto: el día anterior a que cumplas tus 30 años, deseo que vayas hasta el fondo de esta casa, detrás de la azalea. Llevá una pala, y hacé un pozo junto al palo del alambrado. Allí he enterrado algo para vos. Será un secreto: no se lo digas a nadie.”
Luis registró esta consigna con total seriedad, a pesar de tener sólo 11 años. Aún no sabía mucho de la muerte, pero su corazón no era ajeno a ese misterio, y comprendió que el abuelo quería acompañarlo de algún modo para aquél entonces, aunque ya no estuviera. Los 30 años le parecían tan, pero tan lejos! Más allá del 2000!! Como de ciencia ficción...
Las doce del reloj de Osvaldo coincidieron con las del top de la radio, de modo que el brindis pudo realizarse sincronizadamente. Los viejos se habían despertado y los chicos esperaban con ansia poder tomar algo de la sidra prohibida, y luego correr hacia la calle, a encender los fuegos artificiales. Luis estaba atento a ese momento. Tenía en el fondo de la casa la pala preparada.
Y así fue: ni bien chicos y grandes liderados carismáticamente por Osvaldo se fueron hacia la calle a armar bulla con los cohetes y fuegos luminosos, Luis silenciosamente se escabulló del griterío.
Era raro estar allí, en el fondo, de noche, a solas. Los estallidos de luces daban a la circunstancia un color como soñado, irreal. Comenzó a cavar. La tierra estaba tierna, pues había llovido el día anterior. Una palada, dos, tres, cuatro... hasta que tocó algo duro. Allí estaba! Con mucho cuidado comenzó a extraer de entre la tierra una caja de metal, envuelta en una bolsa plástica; una caja de esas que se usaban antes para guardar objetos de valor. Al tenerla en sus manos notó que no estaba cerrada con llave: apenas algo de óxido sellaba como lacre los bordes de la tapa.
El corazón le latía al galope. No sólo por la caja: el olor a tierra mojada y ese objeto en sus manos trajo de golpe, toda junta, la presencia protectora de su abuelo Francisco. ¿Cómo era posible que el abuelo no estuviera, si esa caja estaba llena del olor a él? Retuvo sus lágrimas nostalgiosas, y las gozosas también. Agachándose en cuclillas, como para volver a tener la altura del niño que había sido, desenvolvió el paquete lentamente, saboreando el tan esperado momento. Abrió la caja y vio. Vio con sorpresa y con ternura.
Allí estaba el pequeño camión Duravit azul, aquél que él más quería, y que el tío Jorge había roto sin querer al entrar el auto al galpón. Aún sin su rueda, era un objeto bello, inalterado al paso del tiempo. Allí estaban también cinco de sus mejores bolitas, entre ella la japonesa, que era su preferida: al tocarlas les parecieron grandes sus manos comparadas con las que las tuvieron la última vez, tanto tiempo atrás... Allí estaba también su yo-yo Russell, con el hilo enredado, tal como solía tenerlo en su habitual descuido de esa edad... Y, oh, sorpresa, había algo totalmente impensado: un broche plateado con forma de pájaro, con una piedrita brillante en el pico. ¿Qué hacía eso ahí, entre sus viejos juguetes? ¿De dónde había salido? ¿A quién habría pertenecido?
Lo sostuvo en la palma de su mano, como esperando que el prendedor le hablara, y buscando en su cerebro información que no aparecía, y no aparecía, y no aparecía... Cuando, en un instante... click! Apareció la imagen: él, con unos cinco años de edad, entrando a la habitación de la tía Aurora. Recordó que no comprendía lo que pasaba, pero el abuelo le había dicho que la tía Aurora no estaría más, que se había ido con Dios, y que deberían aprender a no tenerla. Luisito se había quedado quieto, como nunca lo estaba. Quería estirar su conciencia para entender... pero no podía. Es más: tenía la impresión de que los adultos tampoco entendían eso de que la tía Aurora, de un día para otro, no estuviera más. Ahí estaba, entonces, Luisito, en la habitación de la tía, yendo hacia esa caja que a él tanto le llamaba la atención: una cajita que siempre estaba sobre su cómoda, y que cuando se abría exhalaba una música preciosa... El recuerdo mostraba a ese Luisito simplemente robando el prendedor y escondiéndolo en su bolsillo... y el abuelo entrando de pronto... y Luisito poniéndose colorado y disimulando su botín. Ya Luis no recordaba qué había hecho luego con ese prendedor, ni cuándo había desaparecido de entre sus cosas. Pero sí el prendedor no había desaparecido de su corazón: había tal vez querido quedar prendido a la tía Aurora... pero no dejaba de pesarle en su alma de niño el saber que ese prendedor había sido tomado sin permiso...
Luis vio que en el fondo de la caja descansaba un último objeto: también envuelta en un sobre de nailon, una carta. Escrita de puño y letra por el abuelo. Y decía así: “Querido Luis (ya no Luisito, seguramente): si todo va como lo he imaginado, mañana estarás cumpliendo treinta años. Primero te digo: feliz año nuevo, el tuyo y el que deben en este momento estar festejando los de la familia. Quise dejarte este legado que considero más valioso que cualquier otra herencia que quede cuando yo me vaya. ¿Qué es lo que te dejo? Te dejo tres de tus juguetes preferidos, para pedirte que, aunque tengas treinta años, y luego cuarenta, y luego ochenta... NUNCA DEJES DE JUGAR. Dejar de jugar te hará viejo tempranamente, amargado y distraído de lo grato que la vida tiene. En ese juego no pierdas la imaginación que tenías en la edad en que yo hoy te estoy escribiendo: la imaginación te va a ayudar a encontrar caminos creativos para resolver tus problemas. No te desalientes: dentro tuyo está la capacidad de imaginar lo que aún no ha sido hecho.
Y te dejo también el prendedor que robaste de la cajita de la tía Aurora. ¿Creías que no te había visto? Pues sí, te vi. Pero... ¿Por qué te lo retuve, y por qué te lo regalo hoy? Para pedirte que se lo des a quien le corresponde, si es que aún vive: a Osvaldo. Te pido que cuando lo mires veas tras sus ojos al niño huérfano que siempre será. Podrán engañarte quizás los modos que él pueda adoptar cuando sea adulto (ya de niño, hoy, muestra esos rasgos que quizás más adelante te desagraden). Dáselo, abrazalo y decile que lo ves TAL CUAL ES, más allá de su caparazón, y que lo amás. Y, por favor, dale hoy mismo este prendedor. ¿Por qué? No sólo porque es suyo, sino porque TODOS NECESITAMOS CERRAR LOS CÍRCULOS QUE DEJAMOS ABIERTOS A NUESTRO PASO: lo que no hemos devuelto, lo que nos quedó pendiente sin ser dicho, las gracias que no dimos, lo que no hemos reclamado, las disculpas que nos faltaron... Lo que dejamos sin resolver implica un peso que llevamos en nuestro corazón hasta que tengamos la valentía de afrontarlo. Que la devolución de este prendedor te enseñe a cerrar esos círculos, hoy y siempre: devolver, pedir lo propio, disculparse, dar las gracias... Los círculos abiertos son peligrosos: nos dejan amarrados al pasado, hasta que decidimos cerrarlos de una vez.
Y nada más. O sí: decirte que te amo. Que siempre te amaré, y que seguiremos encontrándonos. Te pido que recuerdes cuando jugábamos a las escondidas... Nacer, morir, volver a nacer, es solamente eso: jugar a las escondidas. Pero si me buscás, podrás encontrarme, pues nada de lo amado puede perderse. Eso es todo. Hasta la próxima!”
Luis se quedó así, en cuclillas, en medio de la noche. Con la caja en la mano, ya cerrada, contempló el cielo estrellado, aún con fuegos artificiales, cuyos resplandores eran multiplicados por sus lágrimas como en un caleidoscopio.
Desde lejos escuchaba la voz de Osvaldo. La caja estaba otra vez envuelta, pero el prendedor ya no se encontraba en ella, sino en el puño de Luis. Tenía un círculo que cerrar, afectuosamente. En verdad, tenía muchos círculos que asumir, pero recién hoy se daba cuenta. Un nuevo tiempo estaba comenzando: un verdadero Año Nuevo...

Sunday, August 20, 2006

Tuesday, August 01, 2006

El tiempo

El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho.
BORGES, Jorge Luis

Friday, July 28, 2006

Hay personas

"Hay personas que nos hablan y ni las escuchamos;
hay personas que nos hieren y no dejan ni cicatriz
pero hay personas que simplemente aparecen en nuestra vida y nos marcan para siempre."
(Cecília Meireles)

Wednesday, July 12, 2006

Tuesday, June 27, 2006

More images about Agos

Estas fotos las tenia archivadas, son de la primavera del 2004



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2004 Maitland


More images about Rami




Sunday, June 25, 2006

Thursday, June 01, 2006

Mi cancion preferida...

One day you'll look to see I've gone
For tomorrow may rain,
so I'll follow the sun

Some day you'll know I was the one
But tomorrow may rain,
so I'll follow the sun

And now the time has come
and, my love, I must go

And though I lose a friend
In the end you will know, oh

One day you'll find that
I have gone
But tomorrow may rain, so
I'll follow the sun
But tomorrow may rain, so
I'll follow the sun

And now the time has come
and, my love, I must go
And though I lose a friend
In the end you will know, oh
One day you'll find
that I have gone
But tomorrow may rain, so
I'll follow the sun